Sé que para much@s esto parecerá cursi, sensiblero o que se
yo. Ni modo: ahí va.
Hay algo de lo que nunca he dudado: el amor desmedido que
siento hacia mi país. Justamente por eso, creo – o siento – que mañana, 2 de
julio de 2012, será el día más triste en la historia de México. Lo será por que
no sucederá nada. Será, lisa y llanamente, el primer lunes de julio. Pasara lo
mismo que el 3 de octubre de 1968, lo mismo que el 11 de junio de 1971, lo
mismo que el 7 de julio de 1988, lo mismo que el 2 de enero de 1994, lo mismo
que el 24 de marzo del mismo año, lo mismo que el 3 de julio de 2006, lo mismo
que cualquier día siguiente a cualquier suceso indignante y lo mismo que
cualquier día escogido al azar en los calendarios de los últimos setentaytantos
años: nada. No sucederá nada. Seguro para la mayoría pasara inadvertido incluso
– siguiendo la tradición y el esquema de indiferencia y valemadrismo – la enésima
pero cotidiana oportunidad de comprobar que somos apenas un insípido y triste
pueblo globero, incapaz, absolutamente, de despertar de su letargo pendejo y
desesperante, y siempre dispuesto, en cambio, a seguir convulsionando sobre su
incurable tendencia a la autocompasión y al sarcasmo reversible.
Eso si: muy seguido nos jactamos de cosas como haber
construido el estadio de futbol mas grande del mundo, la plaza de toros mas
grande del mundo, la estúpida pista de patinaje mas grande del mundo, el asta
mas grande del mundo [y por añadidura, la bandera mas grande del mundo];
presumimos de que a los madrazos nadie nos gana, hacemos gala de nuestra
habilidad para pasar por encima de los demás (el mexicanísimo “me lo chingue…”),
alardeamos de nuestra capacidad de improvisación, de nuestro ingenio para la piratería
y/o los timos (lastima de creatividad mal encauzada); hacemos apología cínica
de nuestra mexicanísima vocación para ser el imbécil sobresaliente en los
chistes, y así seguiría una larga lista de características cuasi endémicas de
esta tierra. Seguimos siendo muy machos, pero también machas: hace pocos días escuche
en la calle a una mujer joven que en su dialogo con otra persona dijo
textualmente “¿de veras crees que podría hacerla una pinche vieja?”. Ese es el punto:
seguimos siendo eso que pensamos que ya habíamos superado. ¿No lo creen? Bien.
Seguimos pensando que vale más malo por conocido que bueno por conocer.
Seguimos decidiendo sin hojear un periódico al menos una vez a la semana,
seguimos apuntando nuestra ideología hacia la bolsita del mandado, la torta, la
playera, el paraguas, o cualquier otra baratija que, pagada por nuestros
impuestos, circule y contamine en tiempos electoreros.
Disiento de los amigos que hablan de anarquía, revoluciones,
guerrillas y más. Nos faltan agallas para eso. Dicho sea esto con absoluto
respeto a sus formas de pensar. No es la opción cuando la ultima vez, centenas
de ingenuos guiados por un payaso embozado que los engaño, murieron creyendo
que esa seria la solución.
Entonces, ¿Qué hacer?
Que tal ubicarnos en la realidad. Cambiar todo este panorama
desolador comenzando por lo más simple: México no cambiara nunca si no
comenzamos con lo cotidiano. ¿Qué tal dejar de tirar tu colilla en el piso? ¿Y
dejar de darle la cuota al policía que te deja estacionarte en el lugar
prohibido? (y, por supuesto, dejar de estacionarse ahí) o no tirar tus
envolturas en el piso del transporte publico, o no agredir a quien piensa
diferente a ti, o reconocer como iguales a todos los mexicanos sin importar su
color, estatura, código postal o cuenta bancaria? Aquí si voy a hablar como publicista:
se dice fácil pero se requiere de un gran esfuerzo. Pero indudablemente vale la
pena. Este trozo de mundo, peculiarmente repleto de bendiciones, tarde o
temprano, lo agradecerá.
Respecto al virtual nuevo Presidente de México y su partido,
expreso hace un rato una analogía interesante: hace años escuchábamos canciones
antiguas y gastadas en viejos discos de vinil. Ahora, se escuchan en discos
compactos flamantes y nuevos. Pero inevitablemente, la canción será la misma,
vieja y monótona, aun cuando su nueva presentación sea flamante y atractiva.
Si permitimos que un mediocre ignorante pase por alto las
exigencias de nuestro país, entonces, los mediocres ignorantes somos nosotros. A
cada mexicano le corresponde hacer su parte. A los vinculados con los medios,
nos corresponde especialmente exigir, cuestionar y dar un sentido social a nuestro
trabajo.
Espero sinceramente tener, dentro de seis años, la ocasión de
decir que me equivoque en todo lo escrito arriba. Se, empero, que no sucederá así.
Ojala me equivoque.
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