Corrió tan rápido como pudo, llego a la entrada de la plaza y atisbo en todas direcciones; la encontró ahí, terminando su clase de danza polinesia, sonriéndole. Se acercó a él y le regalo una pequeña bugambilia (que por estos rumbos abundan).
Al día siguiente, salió veloz a la plaza a encontrarse con ella; platicaron, corrieron. Ella lo invito a seguirla, pero le advirtió “… yo como plantas, eh??” él dijo, de plano, que no, pero de todos modos fue con ella. Yo, observaba divertido
.
Día tres: ella grita desde la plaza para que él se asome, y el, ansioso, pregunta si puede salir… Yo, perplejo: ¿no se supone que eso ocurriría cuando tuviera unos 15?... salgo con él a la plaza y observo: ella es más intrépida de lo conveniente, gusta de aventuras extremas, y eso, a él, lo hace feliz. A él, no a la mama de ella, que ve con horror como su nena saca de entre el pasto algo que levanta triunfal mientras grita. “¡mira, una Barbie sin cabeza!”. Comenta la mama, muy acongojada, que el otro día la pequeña llego a casa con una estatuilla de la Santa Muerte que encontró tirada. A mí me cuesta no reír ante la anécdota. En tanto yo observo la plaza y lo dejo ser y hacer, la mama, ejerciendo con todo rigor: “¡¡Roci, no te subas ahí, está lleno de tierra!!... ¡¡Roci, no agarres esas hierbas, quien sabe que tanto tengan!!...”
Día cuatro: Él se calza unos tenis, pregunta si puede salir con ella a la plaza, y cuando obtiene el permiso, me pide consejo: “… ¿Qué le regalo Papa?, ¿esta pelota de colores o a Woody?...” Me quedo, entonces sí, estupefacto: ¡¡Woody (ToyStory) es una de sus más preciadas posesiones!! Yo le sugiero que le regale una manzana. El acepta, la toma del frutero y, al salir, pregunta: ”… ¿Papa… las manzanas les gustan a las chicas?...” Yo, atino a responder que sí.
Desde la ventana los veo jugando en la plaza; un tanto nublados por la humedad que hay en mis ojos.
*Roci está escrito así porque ella se llama Roció. N. del A.
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